lunes, 30 de enero de 2012

LA RAQUEL - Capítulo I


Parte I (Adela)

Era cierto nomás que la Raquel estaba preñada. Se supo en el pueblo enseguida porque El Zángano lo dijo a boca de jarro en el boliche de don Pascual. Que la Raquel había ido a consultarle a qué podrían deberse las tres últimas faltas, y, que muchas razones no había para que eso sucediese en una mujercita sana, en edad fértil, y con la clase de vida que llevaba, activa y promiscua.
Hay que ser zángano, sin querer ofender a los animalitos, para despacharse así, siendo el doctor del pueblo, nada más ni nada menos que sobre una paciente como la Raquel.
La Raquel es por sobre todo, una mina buena, discreta como ninguna, querendona y solidaria, y si hay algo que la distingue de todas las otras, es que es incapaz de hacerle mal a nadie. Seguro que se le ha negado al Zángano en más de una oportunidad y por eso habla así. Por despecho. Habría que colgarlo de los huevos en la plaza para que aprenda. Y de paso para medirle la hombría, a ver qué resulta.
Ahora Santibáñez, Ludueña, Gorriti y Valdez, andan con la cola entre las patas. Crápulas. Piensan que la Raquel les va a hacer algún reclamo de algo, como si alguna vez le hubiera pedido algo a alguien. Los cuatro que no se cansaban de hablar de días o noches calientes con ella, dicen que no tienen nada que ver. También la preñez ha de poder ser por obra del espíritu santo, ¿por qué no?, si con María sucedió de ese modo, por qué no puede sucederle igual a la Raquel.

Parte II (Iris)

En fin, que la Raquel no es María y ahora tiene que apechugarla y hacerse cargo solita del hijo que lleva en su vientre. Ella sabe bien quien es el hombre que la preñó. Fue la noche en que el Paco la tiró sobre la cama y usando de su fuerza bruta la enclavó. Ella no quería, pero nunca se respetaron los deseos de la Raquel. Tampoco hubiera querido trabajar en lugar de estudiar, ni soportar a ese padrastro borracho que le pegaba duro hasta que logró escaparse, ni llegar a ese pueblucho de mala muerte a prostituirse. No, la Raquel no lo hubiera querido. Buena mina la Raquel. Ahora sólo piensa en el hijo que va a traer al mundo.
La Chola, dueña del boliche de la esquina, le comentó que en casa de los Saldívar necesitaban una cocinera y allí se largó la Raquel sin pensarlo. Sí, porque ella de cocina no sabía nadita pero era muy voluntariosa. Así fue como empezó a trabajar para esa adinerada familia.
Una noche la Raquel no podía dormir. Se levantó sin hacer ruido para llegarse hasta la cocina. Vio luz en el escritorio y pasó en puntas de pie para no molestar. Alguien en el lugar tampoco podía dormir.

Parte III (Daniel)

Aclaremos que esa noche, la Raquel era en la casa de los Saldívar -donde ocurrió el asunto- una chica que hacía cinco días que trabajaba allí, sin que los patrones supieran que ella llevaba una vida promiscua, y tampoco que estaba preñada, porque no se le notaba ni un poco dada su contextura física. Seguramente Zulema, la dueña de casa, nunca la hubiese empleado conociendo la realidad. Ella pretendía una cocinera sin problemas de embarazo, y además, no le hubiera dado a la Raquel la oportunidad de calentar a su marido ni a ninguno de sus dos hijos varones. Además, nunca se expondría a las lenguas de víbora de sus amigas, cuando ellas se enteraran de las particularidades de la cocinera. A Zulema le importaba mucho el qué dirán.
Volviendo a aquella noche, la Raquel vio la luz en el escritorio a través de la ventana de su pieza, pues aunque ambos ambientes estaban alejados, sus paredes externas -con algunas habitaciones de por medio- se encontraban en ángulo recto. Igual que la ventana de la habitación de servicio, la del escritorio daba al jardín trasero.
Sabiendo entonces que había alguien más despierto en la casa, la Raquel fue sigilosamente hasta la cocina, que estaba a pocos pasos de su pieza, y una vez allí sacó un vaso de la alacena para después caminar hacia la heladera en busca de agua fresca. Ella quería tomar cierta pastilla. De pronto...
-¿Qué estás haciendo, Raquel?
-¡Señora! -se asustó la cocinera.
-¿Qué te sucede, no podés dormir?
-Vine a tomar un remedio.
-¿Cuál?... A ver.
La Raquel se lo mostró entonces a su patrona.
-Esto es un antiemético -dijo Zulema- ¿Andás con vómitos?
-No. Es una sensación, nomás. Culpa de mi gastoenteriti.
-Gastroenteritis -corrigió la dueña de casa.
-¡Eso!
-¿Sensación?... ¿Seguro que es gastroenteritis?... ¿No estarás embarazada vos, no?
-No, señora. ¡Por favor!

Parte IV (Adela)

–¿Estás segura, vos?
–Por lo menos hasta donde yo sé patroncita… Que no estoy, pero que si estuviera, mire, eso no iba a impedirme a mí trabajar como siempre en beneficio de usté. Y de mí. Y del bebé si lo hubiera. Una vida nueva, imagínese que nunca lo habría pensado. Un don que sólo Diosito da. Pero esas cosas no son para mí. ¿Usté cree en Dios? ¿Cree que cada vida nueva es un don que viene de él? –la miró inquisitiva y se expresó serena.
–Raquel… ¿No te parece que es tarde para tanta charla? Lo único que no quiero yo, son sorpresas. Andá a descansar nomás que el día empieza temprano y hay mucho para hacer, que es sábado –Zulema intentó simular que le creía.
La chupa cirios Doña Zulema, volvió al escritorio sin una gota de sueño, no iba a quedarse con la duda, y, si la Raquel estaba encinta tenía que saberlo para tomar medidas. ¿Pero, qué medidas podía tomar, en definitiva?
Había empezado a lloviznar y, si bien es cierto lo que dicen, que la lluvia a algunos los impacienta, no es menos cierto que a muchos otros los aquieta.
Zulema se quedó meditabunda, mirando cómo pegaban las gotas en la ventana, las flores y la altura que ya tenían los árboles que habían plantado sus hijos, cuando todavía eran chicos. Y recordó cuando nació Martín, y cuando nació Juan. Y cuando perdió al tercero que iba a llamarse Antonio. Y que Saldívar, el hombre ocupado de toda la vida, no había estado en ninguno de los tres hechos más importantes de su vida. Porque tenía reuniones, el tipo no podía estar. Si todo seguía así, el día que la muerte lo viniera a buscar a él, también iba a tener que esperar para llevárselo.
Se puso a mirar los álbumes de fotos por orden y no se percató de la hora que ya era.
–Buen día Señora Zulema, ¿le parece que le traiga el desayuno acá hoy? –preguntó la cocinera con voz sonriente y clara, acercándose con la bandeja completa.

Parte V (Iris)

El mimo le gustó a Zulema y aceptó de buen grado el desayuno ofrecido. La Raquel sabía como hacer para conquistar a la señora. Tenía que manejarse con cuidado. De a poco le haría saber la verdad y ella aceptaría a su hijo, estaba segura.
-Mirá Raquel este es mi hijo Martín, el más grande, ¿lindo no?... -dijo Zulema mostrando una foto bastante actual-. Mañana lo vas a conocer en persona, vive solo ¿sabés? Y no pasa un domingo que no me visite. Lo amo. No se lo cuentes a nadie, pero es mi preferido. No es que no lo quiera a Juan, pero no me gusta con la gente que se junta, por eso peleamos mucho. Además, tiene el carácter del padre, no nos parecemos en nada. En cambio Martín es un sol, idéntico a mí.
La Raquel la escuchaba sin pestañear y esto le gustaba a la señora.
-Bueno, podes irte nomás, si te necesito te llamo.
-Está bien señora. ¿Alguna comida en especial le gusta a su hijo?
-Sí, guiso con carne y arroz - la Raquel respiró aliviada. Ese plato lo sabía.
La mañana del domingo pintaba linda. Ya no llovía. El sol del amanecer despertó a La Raquel. Hoy era el día. Tenía que esmerarse para conquistar también al hijo de la señora. Ella sabía como hacer, no en balde había conocido a tantos hombres, de los buenos y los no tanto. Se metió en la cocina y comenzó a preparar el guiso de carne. Sudó a más no poder, pero lo condecoró con una sonrisa de satisfacción. “Ya está. Ahora me toca a mí.”
La Raquel era una linda mina. Pelo largo negro, ojos grandes color miel y una sonrisa que mostraba buenos dientes. Tampoco estaba mal de cuerpo. Al menos por ahora. Se “encolonió” -perfume barato si los hay- y bajó.
Martín estaba en el living hojeando el diario. “¡Qué hombre!... es un budinazo, hay Diosito no permitas que haga una macana, por favor salvame”.
La muy turrita ya lo estaba mirando con ojos de non santa. Martín levantó la vista y sus ojos se encontraron.
-¿Y vos, quién sos? - le dijo poco amable el varón.
-La Raquel - dijo con un hilo de voz, la cocinera.

Parte VI (Daniel)

-¡¿La cocinera?! -exclamó Martín extrañado- No sabía que mis padres habían contratado a una nueva cocinera.
-¡Ah!
-¿Y qué hiciste hoy para el almuerzo?
-Guiso con carne y arroz, Martín.
-¡Cómo! -el hombre frunció el entrecejo contrariado.
-¿No te gusta? –se afligió La Raquel- Es que tu mamá me dijo...
            El mayor de los Saldívar no dejó que la cocinera terminara la frase.
-La comida está bien. Lo que no me gusta es cómo te dirigís a mí. En adelante hacelo de esa forma: señor Martín. Tratándome de usted. ¿Te queda claro?
-¡Sí, sí! Entendí.
-Entonces podés retirarte.
Minutos después Zulema apareció por el living.
-¡Ay!... Osvaldo no contesta su celular -le comentó a su hijo- Tu padre no cambia más. Cuando está en alguna reunión lo apaga. ¿A vos te parece que tenga que verse con un cliente un domingo a la mañana?
-Mamá.
-¿Qué, hijito?
-Seguro que vos fuiste la que contrató a esa cocinera desubicada, ¿no?
.....
Mientras tanto, en la oficina de Osvaldo Saldívar -el ganadero más importante de la zona-, éste conversaba con cierto personaje que pretendía meterlo en la política.
-Usted tiene una muy buena reputación, don Osvaldo. Piénselo bien. Con su nombre encabezando la lista, no podemos perder las elecciones. Imagínese... Osvaldo Saldívar, intendente de Aldea Clara. ¿Qué me dice, eh?

Parte VII (Adela)

–Le digo que… qué se yo mi amigo. ¿Sabe lo que pasa Armendáriz? Usted mismo lo ha dicho, tengo muy buena reputación, y además tengo una vida ordenada, entonces créame me siento bastante libre de hacer o deshacer a mi manera.
–¿Entonces es un sí Saldívar?
–Mire, de serle franco voy a tener que pensarlo mucho porque nadie nunca sale limpio de la política, y usted lo sabe, por más clara que sea esta Aldea.
–Pero hombre, un tipo como usted, traería otros aires Osvaldo, al partido le haría bien, al municipio le vendría de periquete, yo sé que en la provincia a un tipo como usted lo escucharían, y estoy seguro de que hasta en la Nación, su voz tendría peso.
–No alucine Armendáriz… Créame que le agradezco el alto concepto que de mí tiene, pero no hay que subestimar al enemigo… –Sonríe levantando las cejas y guiñando un ojo.
–¿Se puede saber a quién se refiere?
–Al ser humano, hombre, al ser humano en particular y en general. Pero déjemelo pensar, tengo mucho que evaluar, pero el miércoles sin falta, le doy una respuesta.
–Espero que acepte, que no esquive el bulto, hay que hacer patria hombre, una patria limpia con limpios. Ya sabemos que los lugares que los limpios dejan vacíos, se llenan de mugre.
El apretón de manos, el “hasta el miércoles entonces” y el ruido de la puerta cerrándose, fue seguido por el timbre del teléfono. Una vez, dos veces, tres veces, cuatro veces, el número de la casa.
“Y seguro que es Zulema. Si la atiendo me va a reprochar que nunca estoy en casa. Que me fui temprano. Que me fui sin saludar. No sé qué mierda quieren las mujeres a veces. Tener un proveedor a quién demandarle cosas y más cosas, cosas y más cosas. Y de coger ni hablar. Cómo me equivoqué con Zulema. Era tan hembra… Qué bicho raro es la mujer, una vez que tienen hijos, a la mierda con la cama. Con los mimos. Los mimos son para los hijos, porque al padre de los hijos lo transforman en un dador de cosas para la familia y en un receptor de reproches…

Parte VIII (Iris)

-Por fin llegaste Osvaldo Saldívar. Me cansé de esperarte, vas a comer solo.
-Está bien. Servime. Estuve hablando con Armendáriz me hizo una propuesta que tal vez acepte.
-No me vas a decir que te vas a meter con ese corrupto que solo busca enriquecerse a costillas de otro, porque de laburar, nada de nada.
-Mirá Zulema, lo estoy pensando seriamente. Un puesto político nos sacaría de esta clase media venida a menos. Podríamos viajar, cosa que ambos queremos y jamás pudimos concretar. Hasta creo que le haría bien a la pareja estar solos un tiempo.
-Me estás convenciendo Osvaldo. Tal como lo pintás me seduce la idea, aunque me da un poco de miedo. Sabés que la política es para pocos, que necesita dedicación de parte de quien la ejerce y sobre todo honestidad. Esto último se practica bien poco. Ya ves, yo misma te estoy dando cátedra y pontificando el tema y minutos antes me sedujo el argumento de la plata y el uso que le daríamos. No se Osvaldo, decidí vos.
-Sí. Ya está decidido. El miércoles le contesto a Armendáriz que acepto su propuesta.

Parte IX (Daniel)

-Escuchame una cosa, ahora que caigo en la cuenta.
-¿Qué?
-¿Por qué me dijiste eso de salir de esta clase media venida a menos, Osvaldo? Nosotros no somos clase media. Somos ganaderos, y viajar, viajamos.
-¡Sí claro!...
-¿Entonces?
-Entonces, si en lugar de consentir a tu hijo mayor y de dedicarte a despilfarrar el dinero, te interesaras un poco más por el campo, te darías cuenta de cómo viene la mano, y de que ya somos prácticamente de clase media. En cuanto a viajar, no me refiero a quince o veinte días en Europa. Hablo de tres meses. De la Costa Azul. Del lujo y la buena vida. ¿Me entendés, mujer?
.....
Finalmente llegó el día miércoles, y cuando Osvaldo Saldívar se entrevistó con el tal Armendáriz, le comunicó su intención de incursionar en política, sustentada en el apoyo que a esos fines había recibido de parte de su familia. Y aquí hay que darle a las palabras “de parte”, los dos significados que podría tener, es decir, “de parte” en el sentido de que el apoyo provenía de su familia, y “de parte” en lo que se refiere a que no era toda su familia la que compartía la iniciativa del ganadero. Juan Saldívar, su hijo menor, para nada estaba de acuerdo con aquella decisión.
-¡Fantástico, don Osvaldo! -exclamó Armendáriz- Esta misma noche les daré la buena noticia a las autoridades del partido. ¡Ja, El Toro Saldívar intendente de Aldea Clara! -afirmaba el político entusiasmado, llamando al futuro candidato por el mote con el que se lo conocía.
El tiempo y los acontecimientos siguieron su curso, y un año más tarde las cosas habían cambiado bastante; en el pueblo, y en casa de los Saldívar.
Efectivamente, el vaticinio de Armendáriz se había hecho realidad, y El Toro Saldívar se había convertido en el flamante intendente de Aldea Clara, en tanto que su hijo Juan -dado el tiempo que Osvaldo debía dedicarle a su nueva actividad- había tomado las riendas del campo propiedad de la familia. De los dos hermanos, Juan era el que tenía los pies sobre la tierra, mientras que Martín se dedicaba a imitar a su madre en aquello de despilfarrar el dinero. Por supuesto, con su hermano a cargo del campo, las cosas cambiaron para el mayor de los Saldívar, quien acostumbrado a vivir del dinero fácil, convenció a su padre para que le consiguiera un puesto en el municipio, convirtiéndose pues en asesor del intendente.
Por su parte, la Raquel -ya madre- había dejado de ser la cocinera de los Saldívar, pues Juan, enterado de la clase de mujer que era, la había despedido sin miramientos. Fue así como aquella damisela se convirtió en la secretaria del díscolo Martín Saldívar, agregando un nuevo motivo para acentuar las diferencias que a esas alturas había entre ambos hermanos.

Parte X (Adela)

“En camino largo, no hay carga que no se acomode” se le escuchó decir alzando la voz en el bar de Chola al Paco Barrios, que, tocándose hondo con la mano izquierda la bragueta, brindó con dientes de hiena, al costado del mostrador, por la Raquel Girado.
“La Raquel Girado, hembra de varios…” Valdez, Gorriti, Ludueña y Santibáñez, alzaron los vasos consintiendo y asintiendo el canto del gallo en celo, en ese gallinero sucio carente de huevos.
-Vieron, le puso Francisco al pendejo, así que le gustó en forma aquello de revolcarse entre los no quiero, que eran un sí quiero bien fuerte pero calladito, y, a las pruebas me remito, camaradas -Insistió con la mano en la bragueta.
-Y, vieron que se anda rumoreando que el Tincho Saldívar, lo va a reconocer -agregó Valdez levantando las cejas.
-Sí, también se corre la bolilla que en los primeros tiempos, se hacía el exquisito con la Raquel. Que se hacía tratar de usted, el señorito -asentían todos risueños antes las palabras de Gorriti.
-¡Ja! El señorito cayó como un chorlito y yo me alegro por el pendejo, que, de ser así, ojalá, ojalá por el pibe, va a terminar siendo el nieto del intendente, y la Raquel capaz que pasa a ser una hacendada -al hablar Ludueña le sostenía la mirada a Barrios que parecía inquietarse, mientras otra vez, levantaba el vaso otra vez lleno.
-Brindemos otra vez, y ahora, por el pueblo, por el hembrón del pueblo, que es de todos. Para quien guste…
La Raquel vivía en la casa que Martín Saldívar entre gallos y medias lunas había comprado. Compartían la oficina en la municipalidad, y las noches de los martes, los jueves y los sábados en la casa de la calle Mitre.
Mirándose en el espejo, la Raquel se veía diferente ese domingo, y mientras amamantaba al pequeño Francisco, se decía “el amor viene con el tiempo, sí, el amor viene con el tiempo, hay que dejar que vaya pasando nomás…”

Parte XI (Iris)

Siempre había soñado con tener un hijo, la Raquel, y ahora que lo tenía soñaba con darle lo mejor, que no le faltara nada. No quería que pasara privaciones como las que había pasado ella. El pequeño era lo más. Haría cualquier cosa por él.
-Raquel te necesito -la voz de Martín sonó autoritaria desde su despacho-. Se me ha ocurrido algo que nos va a salvar para siempre. Hoy es el día que Juan visita el campo. No está en su oficina. Quiero que vayas y retires todas las escrituras que guarda en su archivo.
-Pero Martín, yo no puedo hacer eso, esas escrituras son de propietarios de Aldea Clara, el señor Juan administra esos campos.
-Por supuesto Raquel, ese es el motivo por el cual las quiero tener en mi poder.
-No puedo hacer eso, sería robar, además podría ir presa, y mi niño…
-Raquel no sigas. Jamás sospecharán de nosotros. Te prometo que tu vida va a cambiar a partir del día de hoy. A vos y a tu hijo no les faltará nada mientras vivan. De lo contrario… imaginación no te falta. Imaginá tu destino y el del purrete. Este es un duplicado de la llave de la oficina de Juan, hoy o nunca.
La Raquel era una mina que siempre se la había jugado. Jamás consiguió nada regalado. Tuvo que romperse el alma -y el cuerpo- para llegar hasta allí. Tenía miedo, mucho. Pero sabía que Martín era un tipo de armas tomar, cuando hacía falta. Y no se equivocaba. Al menos hasta lo que ella sabía de él. Además estaba su hijo.
¡Lo haría por él!...

Parte XII (Daniel)

-¿Estás seguro de que le saque todas las escrituras? ¡Se va a avivar al toque! No sé qué es lo que pretendés hacer, pero si le sacás una o dos vas a tener más tiempo para tu plan. Tu hermano en una de esas ni lo nota. ¡Total!... ¡¿Cuándo usa las escrituras?!... ¡Nunca!
La Raquel no era culta, pero la cultura nada tiene que ver con la viveza o la malicia, de manera que después de escuchar a su amante, Tincho pensó por un momento lo que ella le decía. Luego...
-¡Está bien! En una de esas hasta tenés razón, che -exclamó mientras tomaba lapicera y papel para anotar ciertos datos.
El plan de ese sujeto sin escrúpulos era quedarse con un par de propiedades de las cercanías de Aldea Clara, y la estancia El Zurrusco le pareció una buena presa. Sería la primera. Sus dueños eran dos ancianos octogenarios que confiaban en Juan como en alguien de su familia, y tenían un único hijo radicado en Europa desde hacía 28 años. Juan era una persona honesta y muy cuidadosa, merecedor de la extrema confianza que los dueños de la estancia le profesaban, razón por la que nadie lo controlaba en la administración de El Zurrusco. Así las cosas, Tincho pensaba que apoderándose de la escritura de aquella propiedad, le resultaría fácil fraguar una venta a un tercero, que luego fingiera vendérsela a él. Para perpetrar su plan, Tincho aprovecharía sus contactos dentro de la Municipalidad. Sabía que Aurelio Almirón, un escribano que trabajaba en la Secretaría de Asuntos Legales, podría conectarlo con Néstor Traversaro -el necio de mala fama, Director del Registro de la Propiedad-, quien por varios miles de dólares se convertiría sin dudas en su cómplice, junto con el tal Almirón.
-¡Tomá! -le dijo Martín Saldívar a La Raquel, dándole la nota que acababa de escribir- Aquí tenés los datos de la escritura que necesito. ¡Hacé tu parte!
La Raquel marchó entonces hacia la oficina de Juan Saldívar, y dos cuadras antes de llegar a destino...
-¡Adiós, yegüita!... ¿Cómo está mi hijo?... ¿Bien, ahora que andás con plata?
-¡Paco! -se sorprendió La Raquel- ¿Qué hacés en Aldea Clara? ¿No te habías ido del pueblo, vos? Cuando me embarazaste...
La Raque dijo aquello último con evidente rencor.
-Sí, pero volví porque ando mal, ¿sabés? Me están haciendo falta unos pesos...

Parte XIII (Adela)

–Ah… unos pesos –la decepción de Raquel se notó en el tono.
–Bueno, también me hace falta un cuerpito, para los lunes y los miércoles, y como acá se sabe todo Negrita, sé que el tuyo está libre esos días. ¿Qué me decís? Te quedaría el asueto de los domingos. ¿Qué más querés? -Paco sonreía con la mirada y su lengua recorría de izquierda a derecha su labio superior.
–Mi vida cambió Paco, tengo un hijo, un trabajo, un hombre…
–¿Un hombre? ¿Tincho Saldívar un hombre? Eso es un payaso, no me hagas reír. Y por otro lado, ¿desde cuándo un hombre a vos te alcanza, Negra? Además tengo ganas de ver a mi guachín. ¿A que se parece a mí?
–Mirá, el pasado es pasado, Paco. Yo ando apurada y tengo mucho que hacer.
–¿Ah sí? ¿y a mi guachín dónde lo dejás cuando andás apurada y con mucho que hacer?
–Eso a vos no te importa. Y ahora no puedo seguir hablando, te doy el teléfono de la Muni, mi interno es el 117, llamame mañana después de las once, a ver qué puedo hacer –sacó un papel y una birome de la cartera, lo anotó, y se lo puso en la mano.
–¡Esa es mi hembra! –Barrios cerró el puño guardando el papel y fue alejándose, cruzando la plaza en dirección a la parroquia.
La oficina de Juan Saldívar estaba ubicada en Saavedra 184 casi en la esquina de Azcuénaga, a nueve cuadras al sur de la plaza. La calle era poco transitada a esa hora, si el diablo no metía la cola, todo iba a salir como tenía que salir y no habría sorpresas.
La Raquel, miró hacia ambas direcciones con la llave en la mano y la colocó en la cerradura haciéndola girar. La puerta se abrió, la cerró desde adentro y encendió la luz, dirigiéndose a la oficina detrás de la recepción. Sobre el archivo vio junto a un potus la foto de una mujer linda, fina, rubia de ojos turquesa, a quien nunca había visto. Esa no era de Aldea Clara. La mirase desde donde la mirase parecía que la mujer la observaba siempre. Dio vuelta el maldito portarretrato mirón.
Abrió el cajón del archivo y se encontró con más carpetas colgantes de las que podía imaginarse. Cada una con una etiqueta individualizando el tema. Encontró una con su apellido y nombre, en la G, y no pudo resistirse. La abrió. Todos sus datos personales, hasta los que no sabía nadie. Fotos de distintas  épocas de su vida. Fotos que ni ella sabía que existían. Ni que se las habían tomado. Estuvo tentada de llevarse el legajo entero pero recordó que Martín le había pedido sólo la escritura de una propiedad y debía apurarse. No era cuestión de tentar al diablo. Sacó la anotación de Tincho, debía buscar la estancia El Zurrusco, y ahí estaba, en la Z. ¡De Barrios Francisco, había un legajo! ¡De Armendáriz también!
Cerró el cajón y volvió a colocar la foto de la rubia en la posición original. “Otro día vuelvo, Bonita, no le digas nada a nadie, no le digas nada a tu Juan”.

Parte XIV (Iris)

Con la escritura bajo el brazo la Raquel abre la puerta. Sudaba, ella no quería hacer estas cosas pero la vida y Martín la habían puesto a prueba y ella aceptaba el reto. Cuando estaba a punto de irse de allí, siente que alguien toca su hombro. “¿Quién es usted y qué hace acá?” Era la voz de una mujer que sonaba fuerte y segura a sus espaldas. Tembló. Creyó morir del susto. Se dio la vuelta despacio y se encontró frente a frente con la rubia del retrato. -Perdón señora, soy empleada de los Saldívar, vine por pedido del señor intendente a buscar unos papeles. “Quiero verlos”, dijo la rubia. La Raquel sintió que el piso se abría a sus pies. Estaba perdida. Miró con desesperación a su alrededor como para buscar protección. Sin darle tiempo a nada la mujer la toma del brazo para impedir que se aleje. Al querer zafarse, la Raquel tropieza con un cenicero de pie que había detrás suyo y trastabillando logra evitar caer al piso. Desesperada se aferra al tubo dorado y con las dos manos y sin pensarlo lo descarga sobre la cabeza rubia. La mujer se desploma sin un quejido. La sangre que corre por el cuello de la víctima comienza a manchar la alfombra. Aterrada la Raquel sale corriendo del lugar.

Parte XV (Daniel)

            Las cosas empezaban a complicarse para los planes de Martín Saldívar. La mujer rubia que sorprendió a La Raquel robando la escritura de El Zurrusco, era Samanta Fabbro, la novia de Juan Saldívar, una muchacha efectivamente de un pueblo cercano, que había comenzado su relación con el menor de los Saldívar apenas dos meses atrás, y que acababa de llegar por primera vez Aldea Clara. El amor de la pareja había nacido con tal fuerza, que Juan supo de inmediato que debía presentarle a sus padres a la mujer que lo había cautivado a primera vista. Esa era la razón por la que Samanta se encontraba en la oficina, y mas precisamente esperando a Juan, que había salido por unos minutos para hacer cierto depósito bancario, mientras su novia lo aguardaba retocando su maquillaje. Y tenía ella sumo interés en hacerlo, porque ese día iba pues a conocer a sus futuros suegros.
            Evidentemente aquella no era una jornada que respetase la rutina del menor de los Saldívar -tal como suponía Martín que habría de ser-, y a poco estuvo La Raquel de toparse con el hermano de su amante, en su “excursión” por aquella oficina.
            Cuando Juan regresó del banco, encontró a su novia desmayada y sangrante. Minutos más tarde, la chica estaba en la guardia del hospital, con una fuerte conmoción cerebral, y atendida por el doctor Laurentino Dieguez, más conocido como, El Zángano.
            Mientras tanto, La Raquel escuchaba las histéricas maldiciones de Martín Saldívar, que enterado de lo ocurrido y blandiendo en su ira la escritura de El Zurrusco, estaba seguro de que Samanta pronto reconocería a su secretaria, y de que terminarían todos frente a un juez. Temeroso de lo que pudiera sucederle, cuando Tincho dejó de vociferar llamó por teléfono a su cómplice Traversaro, para ponerlo al tanto de los acontecimientos. “Vos y tu mina van a tener que buscarse un buen abogado”, le dijo su secuaz, mientras Martín pensaba que en realidad la única que necesitaba de los servicios de un letrado era La Raquel. A él nada le podrían probar.
            De todas formas, en principio la suerte jugó para el mayor de los Saldívar, pues al día siguiente, cuando Samanta recuperó el conocimiento, una amnesia parcial producto del golpe recibido hizo que no recordara nada de lo sucedido en la oficina de su novio. Mientras las cosas siguieran así -pensaba Tincho- él y La Raquel estarían a salvo, el tema era saber si Samanta recordaría alguna vez lo sucedido...

Parte XVI (Adela)

La Raquel, en la oficina del municipio miraba a través de la ventana hacia la parroquia. Se sentaba, se paraba y volvía a asomarse. Estaba más que inquieta por el modo en que habían resultado el día anterior las cosas y enfurecida internamente, por la reacción cobarde de Tincho -abriéndose de gambas, como si él estuviera ajeno a la cuestión-. Había escuchado la conversación telefónica que había mantenido con el sinvergüenza de Traversaro. Si había quilombo, entendió bien claro que Martín iba a borrarse. Pensó en su hijo, y, le dio miedo suponer que quizá ella, por tarada, hasta podía terminar en la cárcel.
¿Quién la había mandado a meterse en semejante asunto? Si al final con sus más y sus menos siempre había podido arreglárselas sola, corriendo riesgos pero sólo con su propio cuerpo. Quizá debía presentarse ante Don Osvaldo y cantar toda la tira. Quizá no era don Osvaldo la persona indicada. Quizá debía presentársele a doña Zulema para contarle la verdad de la milanesa. Quizá debía entregarle como prueba de sus dichos, la copia que había sacado de la escritura de la estancia. Quizá…
Había escuchado esa mañana en la radio del pueblo “del hecho delictivo acaecido en la oficina del Señor Juan Saldívar, hasta ahora nada ha podido dilucidarse. A pesar del secreto de sumario, sí ha trascendido que la víctima con allegados en Aldea Clara, nada ha podido recordar aún debido a una supuesta amnesia temporal” ¿Sería cierto, o sería una treta de la cana para hacer saltar la liebre?
El interno comenzó a sonar:
–Un tal Barrios, pregunta por vos Raquel, ¿te lo paso? –anunció una voz femenina.
–Mmm, sí gracias.
–¿Hola?
–¡Hola mi reina! Hoy es viernes. ¿Pensaste en todo lo que te dije? –la voz de Paco sonó sonriente y despreocupada.
–Hoy no puedo nada Paco. Tengo muchos problemas.
–Parece que a tu cuñadito le han querido matar a la prenda, la Fabbro, no anda con chiquitas Juancito, eh... ¿te enteraste Negra?
–No sé de lo que hablás.
–Así que no sabés eh...no me vengas con chicanas a mí. Mirá, hoy a eso de las cinco me encontrás en tu casa y te prometo que no vas a querer que me vaya Negrita, aunque mañana a la mañana te juro que te dejo libre para cuando llegue tu Tincho.
–No podés ir a mi casa Paco porque no es mi casa, es de Martín.
–¿Cómo que no puedo ir? Si puedo, creémelo, porque ya estoy en tu casa. ¿A que no sabés de dónde te estoy hablando? ¿Escuchame, el gil de cuarta este que tenés ahora, no toma nada, che? No encontré ni una botella de vino siquiera…

Parte XVII (Iris)

-Andate Paco, no quiero que te quedes un minuto más allí.
-¿Desde cuando me das órdenes putita? Vos no tenés ni voz ni voto en esta historia, mirá que si yo hablo se pudre todo, cerrá el pico.
-Por favor andate, yo después te llamo.
-Así nos vamos entendiendo negrita, ya tiene otro sonido tu voz. Me voy, pero no dejes de llamarme.
Cuando colgó el teléfono la Raquel temblaba de miedo y de impotencia. No sabía qué hacer. El Paco con sus amenazas y ella con un hijo suyo. Martín y sus aprietes para mandarla al frente. Y ahora el problema con la infeliz amnésica. “Rubia de mierda ¿qué tenías que hacer allí? Complicarme la vida, como si la tuviera poco enquilombada. Me quiero morir.” Tenía que parar al Paco, eso era lo primero de lo primero. Se encontrarían en la casa de Barrios el sábado por la tarde. La Raquel no quería que la vieran con él, en esa pocilga al menos se sentía segura.
-No pensaba estar en tu casa un sábado por la tarde pero es urgente que hablemos Paco.
-Te escucho Negrita.
-Es verdad Paco, estoy metida en un lío y necesito tu ayuda. Si no te mueve un poco de afecto hacia mi persona al menos teneme compasión.
-¿Y porqué habría de tenerla? ¿Acaso yo te importo? Si seguro. Un rábano te importo.
-En algún momento fuimos hasta felices Paco. Pensá en la pobre criatura que no tiene la culpa de nada. Se que no sos mal tipo. Hacelo por él.
-¿Qué pretendés que haga?
-Sacame de este balurdo.
-¿Cómo?
-No se, tal vez si Martín me dejara tranquila, si Martín desapareciera…
-¿Qué me estás pidiendo loca?
-Martín se interpone entre vos y yo Paco. Pensalo.
-Basta. No quiero escucharte más.
El portazo que dio Barrios al salir hizo temblar las paredes. “Me dejó sola en su casa. Cuando se le pase la furia va a volver como un perrito cansado y solo. Hará lo que le pida. Al Paco lo tengo conmigo”.
La Raquel se tiró sobre la cama a descansar. Estaba agotada y se durmió sin más.
Apenas amanecía. El ruido de la llave en la cerradura y la puerta al cerrarse la sacaron de la cama en el acto. Había vuelto el Paco.

Parte XVIII (Daniel)

-¿En dónde anduvistes, Paquito?
-Yirando y pensando en eso que me dijistes.
-¿Y?
-Decime, che, si en una de esas lo liquido, ¿hay plata?
-¡Claro que hay plata!... Vení a la cama, negro.
La Raquel tenía muy presente la amenaza de ese tipo, “mirá que si yo hablo se pudre todo”, y sabía que las únicas armas de que disponía para mantenerlo callado, eran el dinero y, su propio cuerpo.
Años atrás, y en un pueblo distante a 1350 kilómetros de Aldea Clara, Raquel Girado había sido absuelta por falta de méritos, en una causa por estafa que contra ella había iniciado cierto empresario que cayó en sus embustes. En aquella oportunidad, Paco tenía una prueba que demostraba la culpabilidad de La Raquel, pero a cambio de 30.000 pesos que le dio ella, quien con el tiempo sería el padre de un hijo de ambos, guardó silencio. Ahora, la amenaza de ese sujeto y la posibilidad de perder todo lo que había conseguido -un lugar de trabajo, dinero, y Marín, un hombre que estaba dispuesto a reconocer a su hijo-, le indicaban que había llegado el momento de actuar, y tenía un plan...
La Raquel haría que Paco fuese a matar a Martín, pero ella lo denunciaría antes a la policía, que lo cazarían con las manos en la masa, antes de asesinar a Saldívar. Paco, un sujeto con varios antecedentes policiales, tras el intento de homicidio pasaría -pensaba La Raquel- varios años a la sombra, y de ese modo se libraría de él. Por supuesto, La Raquel se encontraba muy a gusto disfrutando del dinero de Tincho Saldívar, y aquel “Martín se interpone entre vos y yo, Paco”, que le dijera a Barrios, era obviamente una mentira y parte de su plan.
Al día siguiente, por boca de La Raquel, Martín se enteraba del peligro que corría, aunque... a través de una versión cambiada de los hechos. Ella le decía que Paco planeaba secuestrarlo y pedir un cuantioso rescate por él. Paco se ilusionaba conque una vez en poder de ese dinero -seguía la fábula de La Raquel- podría marcharse al exterior llevándose a su hijo y a la madre del niño, una mujer a quien él amaba profundamente. Por ellos había regresado al pueblo aquel hombre.
Por supuesto, y una vez que La Raquel jurara no tener ninguna intención de irse con ese tipo, la reacción de Martín no se hizo esperar...

Parte XIX (Adela)

Dicen que a veces el miedo se presenta sólo cuando se ha estado pensando en la circunstancia que supone un riesgo. También dicen que a veces, el miedo se diluye y desaparece cuando se ha estado pensando en la circunstancia que supone un riesgo. Como si en la cuestión del ir diciendo, fuera todo factible. Como si entre las palabras -o los pensamientos- y las circunstancias que las motivan no hubiera diferencia alguna.
Había sentido miedo Tincho Saldívar de quedar al descubierto por el incidente con la Fabbro. Díscolo como era, los primeros momentos se dijo que él de ningún modo quedaría pegado en el asunto, al fin y al cabo él estaba en su despacho en el momento en que todo eso ocurría. Y, ¿qué razón podría tener él para dañar a Samanta? ¿Qué móvil? Ninguno. Si era cierto lo que la Raquel le había dicho, y si de alguien no dudaba era de la Raquel, la Fabbro no había alcanzado a ver los papeles. Algo habría que inventar para despegar también a la Raquel del asunto. Si es que Samantita volvía a recordar algo alguna vez. Desgracia con suerte. Que fuera Laurentino Dieguez el doctor que la atendía, le venía como caído del cielo, como esas buenas señales con las que se dobla en una ruta de ripio, porque indican caminos nuevos y lisos a tomar en eso de ir transitando.
Nunca se hubiera imaginado aquel domingo en la casa de sus padres, que esa morocha de pelo largo, atrevida y bonita con tan buenas tetas, que su madre había tomado como cocinera, fuera a formar parte de su vida ni que iba a engancharse con ella de ese modo. Quizá había influido el desprecio que Juan había puesto de manifiesto desde el primer día con respecto a ella. Siempre había bastado que Juan dijera que algo debía ser blanco para que Martín impusiera el negro como color preferido.
La Raquel era de confiar, porque si no ¿a título de qué, le había confiado el plan de Barrios? Era útil en la Muni, todo lo captaba en un santiamén, de la escuela de la calle sin duda egresaban los mejores alumnos para la vida. Porque si de algo estaba seguro Tincho era de que la Raquel sí que había aprendido a vivir. Quizá era cierto lo que su madre le decía, influenciada por Juan, de que era una mujer de la calle, ¿y qué? ¿Haberse ganado la vida con su cuerpo cuando necesitó sin pedirle nada a nadie, no era más digno que lo que hacían ahí dentro de la Muni, de acostarse con quien sea para obtener un cambio de categoría? “No sabés nada de la historia de esa mujer, nene…” “Nosotros somos una familia, respetable…” “Martín, de qué me disfrazo en el club social cuando me pregunten por tu pareja…” “No puede ser Martín que la quieras…” “Hay momentos de pasiones fuertes en la vida de casi todos los hombres, pero eso pasa rápido, no te dejes engañar…” “Te pido por favor, en esto te ruego, hacele caso a tu hermano…”
Sabía que iba a ser grande la sorpresa, no sólo para sus padres y su hermano, también para todos los habitantes de Aldea Clara. Pero fundamentalmente para Raquel.

Parte XX (Iris)

Martín estaba preocupado, sabía que lo primero que tenía que hacer era meterse de lleno en el tema del tal Barrios, ese cretino malparido que le había hecho un hijo a la Raquel y ni siquiera se hacía cargo de su “hazaña”. Ahora por lo visto le tocaba a él, advertido del turbio manejo a que sería sometido, Tincho debía actuar sin pérdida de tiempo. Mina buena la Raquel, mostró una faceta que su madre desconocía. Lealtad. De todas formas esto quedaría en el más absoluto secreto entre la Raquel y él, no quería correr riesgo alguno. Por lo demás tenía gente que lo protegía y a la que le pagaba muy bien como para que se ocuparan de sacar del medio al desgraciado de Barrios.
Aldea Clara esa mañana despertó con una triste noticia. El cuerpo de Francisco Barrios había sido hallado flotando boca abajo en el caudaloso río “El Costero”. Su deceso se habría producido luego de ser golpeado con una maza objeto de hierro en la cabeza. Según evidencias obtenidas por expertos, ya muerto fue arrojado a las aguas turbias del río donde se lo encontró horas más tarde.
La Raquel recibió la noticia casi con alegría. Al fin se había sacado de encima la amenaza constante de un ser despreciable al que aborrecía. No sabía si él la había amado, nunca se lo demostró, por el contrario, la usaba cuando la necesitaba. Su hijo jamás sabría que el Paco era su padre. Ahora llevaría con orgullo el apellido de los Saldívar y su vida estaría libre de privaciones. El plan, “Su” plan, había resultado.

Parte XXI (Daniel)

-¿Te enteraste de lo de Paco, mi amor?
La Raquel conversaba a media mañana con Martín, en el municipio.
-¿Enterarme de qué? –preguntó él, intrigado.
-Su cuerpo apareció flotando en el río hoy temprano. Lo encontraron unos pescadores. Dieron la noticia en la radio del pueblo. Dijeron que Ontiveros -ella se refería al comisario de Aldea Clara- no tiene ninguna pista sobre los que lo mataron. Tus muchachos saben lo que hacen.
-¡¿Cómo?! –Martín, hasta ese instante sentado tras su escritorio, se puso de pié.
-Que tus muchachos saben lo que hacen.
-¿Mis muchachos?... Yo todavía no di ninguna orden respecto a Paco.
-¿Entonces vos no lo mandaste matar?
-¡Por Dios, mujer! Bajá la voz. Si alguien te escucha me metés en un quilombo gratis. No... Pensaba hacerlo, pero todavía no di la orden. Yo no lo mandé matar.
-¿Entonces quién fue?
-Entonces que mierda sé yo quien lo liquidó. Ese paco no era trigo limpio, ¿no? Sus enemigos tendría.
-¡Y!... Me supongo que sí.
-Hablando de suponer, supongo que no habrás comentado con nadie que te lo cruzaste en la calle y que pretendía irse del pueblo con vos y tu hijo.
-¡Disculpame, hermano! Seré media bruta pero pelotuda no soy. ¡Claro que no se lo dije a nadie!
-Mejor así.
Y mientras los amantes seguían hablando del tema, en la comisaría de Aldea Clara, Juan ampliaba la denuncia que hiciera oportunamente respecto a lo ocurrido en su oficina días atrás. Según el menor de los Saldívar, revisando su documentación, advirtió ahora que le faltaba una carpeta conteniendo la escritura de la estancia El Zurrusco.
-¡Listo! -exclamó el comisario luego de leer la ampliación de la denuncia- Si está de acuerdo, señor Saldívar, fírmela, y le recuerdo no comentar esto con nadie. El juez que investiga los hechos todavía no levantó el secreto de sumario.
-No se preocupe, Ontiveros, no lo voy a comentar ni con mi almohada.
-¡A propósito! Su novia, la señorita Samanta, muy bonita por cierto, sigue sin recordar nada de lo que pasó.
-Nada. Por suerte Dieguez dice que no es algo de que preocuparse...
-Del resto de las cosas se acuerda, ¿no? -interrumpió el comisario.
-Sí, se acuerda. Le decía... Dieguez dice que estos casos son más frecuentes de lo que uno imagina. Que tal vez recuerde todo en cualquier momento, aunque lleve días, o meses, como también puede ocurrir que jamás se acuerde de lo que sucedió. Lo único nuevo que dice ahora es que tiene en su cabeza la imagen de una mujer.
-¡Entonces si la ve podría reconocerla! -se entusiasmó Ontiveros.
-No, comisario. No recuerda su rostro, sólo tiene de ella una imagen muy difusa... Borrosa.
-¿No recuerda al menos si era joven o vieja, rubia o morocha, alta o baja?
-Nada. Sólo que era una mujer.
-¡Pucha, qué macana!
-De todas formas, si algo en concreto viene a su mente el juez va a ser el primero en enterarse.
-¡Seguro!
Al día siguiente, Juan Saldívar iba a la municipalidad acompañado de Samanta, convertida ya en su novia oficial. Necesitaba hablar con el resto de los Saldívar sobre un tema de la estancia familiar. Le habían ofrecido un buen número de cabezas de ganado a bajo precio, y como se trataba de un negocio de mucho dinero, quería al respecto las opiniones de su padre y de su hermano.
La secretaria de Osvaldo le informó que en ese momento el intendente no estaba, de manera que Juan fue en busca de Martín, siempre acompañado por Samanta. Los recibió La Raquel...
-¡Hola! -el saludo de Juan fue parco- Necesito hablar con mi hermano.
-¡Buenos días! -dijo Samanta mirando fijamente a la secretaria de su futuro cuñado.
            La presencia de Samanta perturbó a La Raquel, que trató de disimular sin demasiado éxito, pues se mostró insegura.
-¡Eh!... La señorita es su mujer... ¡perdón!... su novia, ¿cierto Juan?
-Sí, mi novia –respondió el manteniendo su parquedad.
-Gusto de conocerla, señorita Samanta.
            La Raquel reaccionó pronto, y se acercó a Samanta dándole un beso en la mejilla que la novia de Juan retribuyó sin mucho entusiasmo, después, le pidió a la pareja que tomara asiento mientras ella los anunciaba con Martín.
-La mirada de Samanta siguió con especial atención los movimientos de aquella mujer de la que desconfiaba por instinto.
-¿Por qué la mirás así? –preguntó Juan en voz baja.
-Cuando salgamos de aquí te digo. No quiero que ella me escuche.
            Un minuto más tarde la pareja estaba frente a Martín, de manera que Juan le comentó a su hermano el negocio que le habían propuesto, y luego de escucharlo atentamente, Tincho estuvo de acuerdo con hacer la operación, comprometiéndose a informarle a su padre sobre el tema, cuando éste regresara a la intendencia.
-Decile a papá que me llame -se despidió Juan-. Tengo que darle una respuesta al vendedor en cuarenta y ocho horas. Parece que necesita la plata urgente.
            Instantes después, cuando pasaron frente al escritorio de La Raquel, ambos saludaron de lejos y sin detenerse, mientras Samanta miraba a La Raquel con ojos inquisidores.
            No bien estuvieron el la calle Juan le preguntó a su novia qué era lo que pasaba con aquella mujer
-¡Bueno! Ya estamos afuera. Decime ahora por qué mirabas así a Raquel.

-Es que pensaba en la imagen de la mujer que había sido.
-¿La imagen de quién había sido la que te atacó? –se apresuró Juan.
-¡No mi amor!... En la imagen de quién había ido ella. Pensaba en su vida de puta con un hijo a cuestas, y no podía entender cómo tu hermano pudo poner los ojos en esa mujer. Bastante desagradable aunque se haga la simpática. No lo pude ni lo puedo entender.
-¡Ah!... Por un momento pensé que...
-¿Qué pensaste?
-Nada, una boludez, pero si la mirabas por eso, te cuento que en la familia nadie lo entiende.
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