Es un día cualquiera, no sé bien cuál y en realidad, no me importa. Ignoro si es de noche o si el sol brilla al otro lado de mi ventana, desconozco en qué estación del año estoy, en qué época y, dónde, sólo sé que me atrapó el título del cuento y he de leerlo ahora mismo. Es lo único que quiero hacer en estos momentos.
Lo busco y siento el crujir de las hojas del libro entre mis manos. El índice indica página 137; a ver… ¡sí!, aquí está. Qué extraño, el cuento comienza diciendo, “es un día cualquiera, no sé bien cuál y en realidad, no me importa.” Qué extraño, sí…
El papel todavía es suave al tacto aunque se nota que no soy la primera persona en leer el cuento, y desde su suavidad me invita a adentrarme en la historia. Veré pues de qué se trata.
Frente a mí: las letras. Comienzo a discurrir entre ellas y el argumento me lleva a una casa antigua y enorme, con paredes de piedra, techos de teja, y pisos de madera. No es lujosa, sino robusta, como robustos son sus muebles y a la vez, rústicos. Es de noche y la casa está a oscuras, aunque hay un tenue resplandor saliendo de una de sus habitaciones. A la izquierda. Es la cocina. Hay allí un viejo sifón de vidrio verde sobre una mesa de madera, una heladera a hielo, un televisor blanco y negro, una radio a válvulas, una cocina a kerosén, una muñeca de trapo tirada en el piso, y un disco de pasta roto en tres partes que ya no sonará en el combinado. También hay una estufa a velas y en el piletón de azulejos celestes, una tabla de madera para lavar la ropa. En el piso de baldosas de terracota descansa el armazón de caña de un barrilete que alguien está construyendo, y junto a él, un plato con engrudo; hilo ovillado en un palito de madera; dos papeles de color, uno azul y otro rojo; una tijera; y una tira de trapo que sin dudas pronto será la cola del barrilete.
La débil luz de la lámpara a kerosén que cuelga de un clavo sobre la pared, crea una penumbra que no me permite distinguir bien. Me pregunto dónde estará la gente de la casa. Parece no haber nadie aquí.
En la espaciosa sala de la derecha todo está en orden, aunque el cuadro que muestra a una joven mujer con un niño y una niña a su lado, se encuentra algo torcido. ¿Será ella la señora de la casa; el chico quien está haciendo el barrilete; y la pequeñita la dueña de la muñeca? Encenderé las luces para ver mejor el cuadro. Aquí está el interruptor…
¡Nada!... no prenden… ¡Pero qué tonto soy! En la cocina está ardiendo la lámpara a kerosén. Seguramente se ha cortado la electricidad y por eso no hay nadie en la casa. La mujer debe haber ido a buscar ayuda, junto con sus hijos, que no habrán querido quedarse solos en un caserón prácticamente ganado por la oscuridAY!... ¡CUERNOS!... El aullido de un perro… ¡O de un lobo!... Casi me da un infarto.
¡Calma!... calma… Sin dudas mi instinto tenía razón: el cuento es atrapante. Seguiré leyendo.
Suspendidas en el aire, a mi paso las letras me rozan suavemente sin abandonar su lugar. Son incontables. Mayúsculas, minúsculas, de imprenta, y cursivas. Y también hay números; arábigos y romanos, igual que hay miles de signos de puntuación.
Tras la ventana de la sala se ve la luna redonda y brillante en el cielo más negro que jamás tuve ante mis ojos... ¿¡Qué es eso!?... Sombras que se mueven en las cercanías. No llego a distinguirlas. Parecen seres monstruosos que vienen hacia acá… ¡Ah, no! ¡Qué susto! Sólo se trata de árboles agitados por el viento.
Con la ayuda de la lámpara a kerosén voy a recorrer la casa. Para seguir con la lectura. Trataré de no quemarme. A ver… ¡Eso!... la tengo. Ahora, sí. Iré por ese corredor, seguro que da a… ¡pero!... ¿qué pisé?... La tijera... ¡Santo Dios! Está manchada con sangre. Y hay gotas de sangre en el piso. Van hacia el corredor. El cuento gana en suspenso. Hice bien en leerlo. Veremos qué encuentro en el pasillo.
Despacio… despacio. Está muy oscuro. Puertas y más puertas, y esas letras flotando en el aire que me rozan. Espero no toparme con una araña y pensar que es una letra. O un murciélago, que sería peor… ¡Bah! No sé qué sería peor.
De todas formas no debo preocuparme, yo sólo estoy leyendo el cuento. Nada me podrá suceder. A lo sumo si me atemorizo cierro el libro y listo.
Cruje el piso de madera bajo mis pies, y este corredor es mucho más largo de lo que pensé. Parece no tener fin, y las gotas de sangre aún continúan.
Lamento no traer reloj. Ya perdí la noción del tiempo que llevo aquí. Las letras en el aire me siguen rozando aunque ahora con más fuerza. Parecen manos…
¿Dónde estarán la mujer y los niños del cuadro? Ya es tiempo de que hubieran vuelto, creo.
Espero que esta lámpara no se apague, porque a solas y en la oscuridad, no podré seguir leyendo.
¿¡A solas, dije!?... Parece que no lo estoy tanto. Empiezo a escuchar voces a lo lejos, aunque no llego a comprender qué dicen. Sin dudas me llevan hacia ellas el corredor, las gotas de sangre, y las letras en el aire. Seguiré caminando. La intriga se ha apoderado de mí. Quiero saber más.
Otro poco, ¡vamos! No puede faltar demasiado. Quizás por este pasillo llegue al final del cuento. Presiento que debo estar acercándome pues hay ahora un hedor inquietante y el aire parece espesarse.
Las voces se hacen más fuertes. Parecen venir de abajo, pero… ¿De dónde?...
¡Un momento!... aquí hay una tapa en medio del corredor. Seguro conduce a un sótano. La abriré…
¡Eso es! Ahí está la escalera. Tan larga que no llego a ver dónde termina. Las paredes están húmedas y las letras en suspenso realmente parecen manos que me empujan hacia la garganta oscura del sótano.
Estoy empezando a pensar en cerrar el libro…
¿Y estos cuadros?... Parecen obra del mismo artista que pintó el de la mujer y los niños que vi en la sala. Cuadros colgados a lo largo de la pared de la escalera. Uno junto a otro. Voy a bajar...
He perdido ya la cuenta de los cuadros que hay aquí. Son todas pinturas de rostros. Mujeres, hombres, niños, ancianos, jóvenes, antiguos, presentes…
¡Las voces!... Ahora las escucho con claridad. Me dicen que huya mientras pueda, que el cuento realmente atrapa. Ahora veo los rostros de los que me advierten. Es la gente de los cuadros.
¡Pero!... ¡La lámpara!... Estas malditas letras en el aire me la han arrebatado de las manos. Se la llevan de vuelta a la cocina, y un grupo de ellas cuelga una nueva pintura en la pared de la escalera. ¡Es mi retrato!... ¿Cómo lo hicieron?... ¿Cómo lo hicieron?...
Ahora cerraron la tapa del sótano. Esto es demasiado. Por más atrapante que sea el cuento ha llegado el momento de que yo cierre el libro definitivamente.
¡Mierda!... ¡El libro!… ¡El libro!… Nunca podré cerrarlo. También me lo han quitado las malditas letras en el aire…
***
¡Hasta el próximo cuento!