miércoles, 28 de septiembre de 2011

Alejandro Dumas, hijo

"Alexandre Dumas (hijo) (27 de julio de 1824 - 27 de noviembre de 1895) fue un escritor y novelista francés, quien siguió los pasos de su padre Alexandre Dumas.
Hijo natural de Alexandre Dumas y Marie-Catherine Labay, costurera, fue, como su padre, un autor mundialmente reconocido. En 1831, su padre le reconoció legalmente y le procuró la mejor educación posible en la institución Goubaux y la academia Bourbon. Las leyes, por aquella época, le permitieron a Dumas padre separar al hijo de su madre y la agonía de ésta inspiró a Dumas hijo en sus escritos sobre caracteres femeninos y trágicos. En casi toda su obra enfatizó el propósito moral de la literatura y, en su novela El hijo natural (1858), expuso la teoría de que aquél que trae un hijo ilegítimo al mundo, tiene la obligación moral de legitimarlo y casarse con la mujer.
Además de soportar el estigma de la ilegitimidad, Dumas hijo llevaba sangre negra. Su padre era un cuarterón descendiente de un noble francés y una negra haitiana. En los internados escolares, Dumas hijo fue siempre vituperado por sus compañeros. Todas estas experiencias determinaron sus pensamientos, comportamiento y escritos. En su primer libro de poemas, Pecados de juventud (1847) denunciaba, de alguna forma, la vida disipada que llevó en su juventud, renegando de ella.
En 1844, Dumas se trasladó a Saint-Germain-en-Laye para vivir con su padre. Ese mismo año, en París, conoció a Marie Duplessis, una joven cortesana que inspiraría su novela romántica La dama de las camelias (1848). Adaptada como obra teatral, alcanzó tal éxito que animó a Dumas a proseguir con su carrera de dramaturgo. Se tituló, en inglés Camille y constituyó la base para la ópera de Giuseppe Verdi, La Traviata (1853). En sus obras teatrales, cargadas de enseñanzas morales, denuncia los prejuicios sociales de la época y aboga por los derechos de la mujer y de los niños.
En 1864, Alexandre Dumas, hijo, se casó con la princesa Nadeja Naryschkine (más conocida como Nadine Dumas), con quien tendría una hija. Tras el fallecimiento de ésta, contrajo matrimonio con Henriette Régnier.
En el transcurso de su vida, Dumas escribió otras doce novelas y varias obras teatrales. En 1867, publicó su novela semi-autobiográfica "El caso Clemenceau", considerada por muchos como uno de sus mejores trabajos literarios.
Fue elegido miembro de la Academia francesa en 1874 pese a la oposición pertinaz de Víctor Hugo. En 1894 se le concedió la Legión de Honor.
Falleció el 27 de noviembre de 1895 en su propiedad de Marly-le-Roi (Yvelines), y fue enterrado en el cementerio de Montmartre (París)."


Extraído de Wikipedia

martes, 27 de septiembre de 2011

ASIENTO DE NEGROS

Finales del siglo XIX, en algún lugar de América…

La choza es rústica, pequeña, tosca; y está levantada con materiales pobres. Hecha de palos entretejidos con cañas, y cubierta de ramas, es el hogar de una anciana que vive gracias a los cuidados de su hijo, un pescador que diariamente se echa al mar para proveer a su familia de alimento. Cada tarde, al volver con su carga de pescado fresco y antes de dirigirse a su propia choza, él le deja algún buen ejemplar, pues dice que: “mamá Mukantagara tiene muchos años, y debe alimentarse bien para seguir tan fuerte como lo es ahora”.
Faltan pocas horas para que el pescador esté de regreso, y no sólo su madre espera por él, puesto que un muchachito de alrededor de diez años, ha ido este día a visitar a su abuela, y ahora, junto a ella aguarda la llegada de Ahmadou.
-¡Siéntate negrito! -dice Mukantagara- que tu padre llegará pronto. Y quédate callado un momento que tengo que rezar.
-¿A quién vas a rezarle, abuela?                                    
-A Dabir, mi sabio tatarabuelo -enfatizó la mujer.
-Él es un antepasado, ¿verdad?
-¡Lo es, mi niño!... ¡Lo es!
-¿Comerá y beberá?
-Sólo si tiene hambre y sed, pero… cállate ya, y toma tu alimento.
-Bueno, abuela.
Mientras el pequeño Antonio disfruta de su leche, acompañada con tres rodajas del pan recién amasado por su abuela, en el piso espera por el difunto tatarabuelo Dabir una ración igual a la del niño, a su disposición por si él decide tomarla. Según la religión que Mukantagara ha heredado de sus ancestros africanos, los antepasados siguen viviendo junto a su familia para protegerla, y son seres invisibles que circunstancialmente pueden hacerse visibles. Tienen la facultad de entrar y poseer a los humanos y a los animales salvajes; y la capacidad de consumir comida o bebidas, si así lo desean.
Durante la media hora siguiente la anciana reza a su antepasado, y le pide para que vele por la seguridad de su hijo Ahmadou, y por que este día vuelva él con una buena pesca. Son muchas las bocas que alimentar en la familia.
Cuando Mukantagara termina las oraciones, el niño ya ha dado buena cuenta de su merienda y pregunta.
-¡Abuela!... ¿Por qué le rezas a tu tatarabuelo?
-Para que siga dándonos salud, larga vida, buenas cosechas, buena pesca, y para que sepa que nosotros no lo hemos olvidado.
-¿Olvidado?
-¡Claro! Mi tatarabuelo Dabir debe saber que no lo hemos olvidado, porque como todo antepasado tiene poderes mágicos y religiosos especiales, que puede usar para el bien o para el mal de la familia. Si algún día dejáramos de recordarlo y venerarlo, podría desaparecer.
-¿Y ya no nos protegería?
-¡Por supuesto!, o peor aún, podría convertirse en un ser dañino para todos nosotros.
-Entonces nunca debemos olvidarnos de él -concluyó el niño-¿Papá lo sabe?
-Lo sabe, no te preocupes, por eso ha tenido muchos hijos, para que tú y tus hermanos recuerden a mi tatarabuelo Dabir, y mantengan los ritos con él.
-¿Y cómo nos dará tu tatarabuelo, salud, larga vida, buenas cosechas y buena pesca?
-¡Oh, mi negrito! Tú sabes que hay un dios creador que gobierna sobre todos los poderes divinos y humanos.
-¡Claro!
-¡Pues, bien! Este dios ha nacido de una madre africana, y vivió entre los hombres hasta que acabó dejando la tierra, despreocupándose de su creación y de los seres humanos, y es por eso que nosotros no tenemos relación con él.
-¿Y entonces?
-Entonces los antepasados, gracias a su condición sobrehumana y su proximidad al Creador, son los mediadores entre sus parientes vivos y el Ser Supremo. ¿Comprendes?
-Sí, entiendo.
Antonio se quedó pensando un momento, y luego exclamó…
-¡Cuando yo muera también seré un antepasado, y voy a cuidarte, abuela!
-¡Oh, mi negrito!... No tendrás que cuidarme, pues David no permitirá que yo muera después que tú, pero seguramente algún día serás un antepasado. Recuerda que para eso tendrás que llevar una vida moralmente buena, de lo contrario no podrás serlo.
-Yo me portaré bien, y seré antepasado.
-¡Seguro, mi niño!... ¡Seguro que sí!
Al acabar con su merienda el niño quiso más leche y más rodajas del riquísimo pan que aún estaba tibio, y una vez que su abuela cumpliera con aquel pedido, mientras masticaba un trozo de pan que apenas si cabía en su boca, como pudo dijo…
-¡Cuéntame algo de tu tatarabuelo!... De cuando no era antepasado y vivía en África.
-¡Oh, sí, sí!... Mi tatarabuelo Dabir… -exclamó la mujer con nostalgias- Él era un gran hombre.
-¿También pescaba, como papá?
-No -y la anciana usó tono misterioso-. Él cazaba… Con arcos, flechas, y veneno.
-¡¿Síííííí?! -se impresionó el niño abriendo bien grande los ojos, que parecían más blancos aún al contrastar con su piel oscura y brillosa.
-Cazaba antílopes, búfalos, ciervos… ¡leones!…
-¿¡Leones!?... -se asombró el niño- ¿También cazaba leones?
-¡Bueno!... alguna vez habrá cazado alguno -rió Mukantagara- Uno viejo y moribundo.
-¡Uno viejo y moribundo! -ahora rió Antonio- Me estás mintiendo, abuela.
-¡Un momento, jovencito! –la anciana se puso seria- Yo no miento, porque es malo mentir, sólo te estoy bromeando. Tanto, que tú te has dado cuenta de la broma.
-Sí, claro, abuela. Ya sé que no mientes. Yo también bromeaba… Cuéntame más de tu tatarabuelo.
-¡Ya antes te he hablado tanto de él! -recordó la abuela mientras sonreía- No sé qué más contarte. Era fuerte como un gorila, y…
-Cuéntame de su último día en África -interrumpió Antonio-. De eso nunca me hablaste.
Habiendo escuchado aquello, Mukantagara ensombreció de pronto. La sonrisa que mostraba un instante antes se cambió por una expresión adusta, y sus ojos se fijaron en el piso de tierra de la choza.
-¿Qué te pasa, abuela?
-¿De verdad quieres saber cómo fue el último día de mi tatarabuelo en África? -dijo la anciana pensativa.
-Sí -respondió el pequeño ahora más interesado que antes.
-¡De acuerdo, mi negro!... Pronto serás un hombre y debes saberlo. Escucha bien…
Antonio tragó el último bocado de pan, bebió el último sorbo de leche, y se acomodó en su asiento para escuchar la historia…
-Dabir era un joven que vivía con su tribu en la llanura africana. Honraba a sus antepasados; a sus padres, con los que compartía la comida que le daba la naturaleza…
-¿Sus padres eran antepasados?
-No… Ellos aún estaban con vida… Amaba a una jovencita que pronto se casaría con él; y era diestro con el arco y las flechas. Dabir vivía feliz en África, y jamás pensó en dejarla.
-¿Y por qué se fue entonces?
-Aquel día de sol rabioso y calor extenuante, su último día en África -Mukantagara seguía hablando como si no hubiese escuchado la pregunta de su nieto-, mi tatarabuelo había dejado la aldea para ir de caza, junto a otros cinco jóvenes guerreros y cazadores como él. Iban tras de una manada de búfalos, cuando repentinamente se toparon con un grupo de hombres blancos armados hasta los dientes, que los superaban en número. Dos de los amigos de mi tatarabuelo fueron muertos por aquellos desgraciados, y él, junto a los tres que quedaban, fue tomado prisionero.
-¿Prisionero?... ¿Por qué?... ¿Para qué?
-En realidad fue tomado por esclavo. Corría el año 1741, y un grupo de ingleses lo redujo sin contemplaciones. Luego fueron por más a la aldea, y tras una matanza en la que murió la prometida de Dabir, los hombres y mujeres más fuertes de la tribu fueron tomados prisioneros, y junto con mi tatarabuelo, embarcados días más tarde rumbo a América.
-Si los ingleses tomaban esclavos, serían los hombres más malos de la tierra -reflexionó Antonio.
-¡Oh, mi negrito! Con esclavos comerciaron también franceses, españoles, egipcios, árabes, portugueses, holandeses, italianos, turcos, berberiscos... y esclavos no sólo fueron los negros. Muchos pueblos sufrieron la esclavitud, sin importar el color de su piel. Lo peor en África fue que en las selvas del Golfo de Guinea y en el valle del río Zambeze, hubo estados militares viviendo del comercio de esclavos. Tenían ejércitos permanentes y se enriquecían con la venta de sus propios hermanos, guerreando a los pueblos vecinos.
-¿Y cómo trajeron a América a tu tatarabuelo? -preguntó ahora el niño.
-En barco. Como a todos los esclavos, mi negrito. Los traían, encadenados por argollas en los cuellos, de seis en seis, y luego unidos de dos en dos con argollas en los pies. ¡Pobrecitos!... Los ponían debajo de la cubierta, ¿sabes?, corriendo riesgo de contraer graves enfermedades. Durante el viaje nunca veían el sol ni la luna. Los miserables les daban de comer una vez al día, un tazón de maíz o mijo crudo, y un pequeño jarro de agua. Los golpeaban, le daban palos, azotes, e insultos. Así los trajeron a todos… Así lo trajeron…
-¡Eso fue horrible, abuela!
-¡Claro que sí! Desde el siglo XV hasta el nuestro, África perdió más de cien millones de hombre y mujeres jóvenes. Además, se perdió el trabajo en los campos, en las minas, o el de los alfareros, artesanos, y comerciantes. Vender esclavos era mucho mejor y hacía a los hombres más ricos.
-Lo que cuentas me da miedo, abuela. Tal vez un día vuelvan esos barcos.
-No temas, mi negrito. Por suerte la esclavitud está prohibida desde hace unos años. Un poco antes de que tú nacieras.
-¡Uf!... ¡Qué suerte! ¡Qué feos habrán sido los últimos días en África para tu tatarabuelo!
-¡Sí! Fueron terribles, sobre todo porque él jamás volvió a pisar su tierra, y la añoró hasta las lágrimas.
Y queriendo salir de aquel momento estremecedor, Antonio preguntó…
-¿Hay más pan y leche, abuela?
-¡Claro que sí, mi niño! Lo que ya no hay, gracias a nuestros antepasados, es Asiento de Negros.

-Fin-

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Asiento de Negros: Contrato que se hacía para proveer de esclavos a la América Española.

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            Y cuando la anciana terminó la historia, una voz salida no se sabe de donde… dijo: “Es verdad noble Mukantagara, así fueron mis últimos días en África”.

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¡Hasta el próximo cuento!

lunes, 26 de septiembre de 2011

FRASE


"Si lloras por haber perdido el sol, las lágrimas no te dejarán ver las estrellas."
Rabindranath Tagore


                                        
La nebulosa Cabeza de Caballo o Barnard 33 (B33), es una nube de gas fría y oscura, que resalta contra una brillosa nube de gas denominada IC 434. Está situada a unos 1000 años-luz de la Tierra, al sur del extremo izquierdo del Cinturón de Orión.

La zona brillante en su extremo superior izquierdo es una estrella joven todavía envuelta en gas y polvo. Las radiaciones de esta estrella joven junto a la de otra masiva fuera del cuadro del Hubble dan forma a la nebulosa. La forma atípica de Cabeza de Caballo fue descubierta por primera vez en una placa fotográfica a fines del siglo XIX.


Texto obtenido de la red.

sábado, 24 de septiembre de 2011

TE DESEO - VICTOR HUGO

Inspirado en idea de Fénix  y poema subido por Adela.
Te Deseo 
    
                                                                                                           
Te deseo primero que ames,
y que amando, también seas amado.
Y que, de no ser asi, seas breve en olvidar
y que después de olvidar, no guardes rencores.
Deseo, pues, que no sea así, pero que si es,
sepas ser sin desesperar.
.
Te deseo también que tengas amigos,
y que, incluso malos e inconsecuentes
sean valientes y fieles, y que por lo menos
haya uno en quien confiar sin dudar.
.
Y porque la vida es así,
te deseo también que tengas enemigos.
Ni muchos ni pocos, en la medida exacta,
para que, algunas veces, te cuestiones
tus propias certezas. Y que entre ellos,
haya por lo menos uno que sea justo,
para que no te sientas demasiado seguro
Te deseo además que seas útil,
más no insustituible.
Y que en los momentos malos,
cuando no quede más nada,
esa utilidad sea suficiente
para mantenerte en pie.
.
Igualmente, te deseo que seas tolerante,
no con los que se equivocan poco,
porque eso es fácil, sino con los que
se equivocan mucho e irremediablemente
y que haciendo buen uso de esa tolerancia,
sirvas de ejemplo a otros.
.
Te deseo que siendo joven
no madures demasiado de prisa,
y que ya maduro, no insistas en rejuvenecer,
y que siendo viejo no te dediques al desespero.
Porque cada edad tiene su placer y su dolor
y es necesario dejar
que fluyan entre nosostros.
.
Te deseo de paso que seas triste.
No todo el año sino apenas un dia.
Pero que en ese dia descubras
que la risa diaria es buena,
que la risa habitual es sosa y
la risa constante es malsana.
.
Te deseo que descubras,
con urgencia máxima,
por encima y a pesar de todo,
que existen, y que te rodean,
seres oprimidos,
tratados con injusticia y personas infelices.
.
Te deseo que acaricies un perro
alimentes a un pájaro
y oigas a un jilguero erguir triunfante su canto matinal,
porque de esa manera,
sentirás bien por nada.
.
Deseo también que plantes una semilla,
por mas minúscula que sea,
y la acompañes en su crecimiento,
para que descubras de cuántas vidas
está hecho un árbol.
.
Te deseo además, que tengas dinero,
porque es necesario ser práctico,
y que por lo menos una vez por año
pongas algo de ese dinero frente a ti y digas
"Esto es mío"
sólo para que quede claro
quien es el dueño de quien.
.
Te deseo también
que ninguno de tus afectos muera,
pero que si muere alguno,
puedas llorar sin lamentarte y sufrir
sin sentirte culpable
.
Te deseo por fín que
siendo hombre, tengas una buena mujer
y que siendo mujer, tengas un buen hombre,
mañana y al dia siguiente,
y que cuando estén exhaustos y sonrientes,
hablen sobre amor para recomenzar.
.
Si todas estas cosas llegaran a pasar
no tengo más nada que desearte.


Victor Hugo

viernes, 23 de septiembre de 2011

Noche de Junio, Víctor Hugo

Noche de junio
Víctor Hugo

Muere el día en verano. De sus flores cubierto,
vierte el campo a lo lejos un perfume embriagante.
Con los ojos cerrados y el oído entreabierto,
dormimos en un sueño más claro y fascinante.

Es más grata la sombra y el lucero es más puro.
Una luz imprecisa los espacios colora,
y el alba dulce y pálida, esperando su hora,
vaga toda la noche al pie del cielo oscuro.

miércoles, 21 de septiembre de 2011

CONSIGNA

Les propongo escribir un relato que hable de... "Eso que hay en vos" o "Una mujer/hombre con temple"

martes, 20 de septiembre de 2011

Bienvenida Stella Maris

Espero que disfrutes de este sitio, y que además de comentar te atrevas a escribir algo.

Estás en tu casa.

Novedades

A partir de hoy se incorpora a la columna de la derecha el apartado “Páginas”, con el propósito de facilitar el uso del blog. En él encontraremos las siguientes páginas:

-Finalidad del blog: aquí encontraremos datos sobre su origen, y por supuesto, una semblanza de su propósito.
-Cómo sumarse al blog: para saber de qué forma incorporarse a este sitio.
-Normas del blog: aquí encontraremos nuestra forma de asegurar la buena convivencia en “CONTAR” con Amigos.
-Uso de las etiquetas: donde veremos la manera de utilizarlas.
-novelarios.com.ar y otros sitios: para que los miembros del blog publiciten sus propias páginas, blogs, o foros.
-Página principal: para regresar a ella cuando navegamos alguna de las otras.

Espero que les guste la novedad. Gracias.

sábado, 17 de septiembre de 2011

EL MIRADOR

Miguel había visto a Santillán sin saber quién era, ese viernes siete de febrero.
Aquel día el vendaval había comenzado a soplar después de las cuatro. No podía dormir debido al calor agobiante pero aun así se las arregló para leer el diario con su interés habitual de estar bien informado. Los cortes de luz habían comenzado a la hora anunciada pero su falta de conocimiento por ser nuevo inquilino en la zona, lo había hecho suponer que la cercanía al río, templaría la noche sin aire acondicionado con alguna brisa fresca y húmeda. Por eso abrió los ventanales.
El letargo de la vecindad era absoluto. Si Miguel no hubiera sabido que la zona estaba habitada, habría supuesto que era tierra de nadie. Lo único que se escuchaba eran sus propios pasos. Los pies descalzos emitían sonidos de arenisca, que quizá no eran sonidos, sino lo que sus dedos y talones percibían al tacto sobre el piso de cerámica que también estaba tibio, como las paredes, los vidrios y las cortinas.
Salió a mirar, a tomar aire por la puerta de la cocina y encendió tres espirales que colocó a su alrededor antes de sentarse en una de las reposeras. Cuando se percató de que eran las tres y cuarto supo que para lograr dormirse o intentar al menos adormecerse, el único modo sería emborracharse. Volvió a buscar la botella empezada de whisky, el vaso y los cubitos. El primero lo tomó de un trago sin hielo y a partir de ese momento percibió que lo pegajoso del ambiente, y hasta los mosquitos, ya eran amigables.
Escuchó lejanos, aullidos de perros comunicándose en ese lenguaje de sentimientos puros que no se esconden nunca, y, cercanos sintió ruidos de pajas secas invisibles, como si alguien estuviera escarbando.
De lo poco que había en la botella no quedaba ni una gota. Entrecerró los ojos y meditó Miguel, si para dormir acaso no sería conveniente abrir la que le había regalado Clara. El olor a viento de lluvia había empezado a hacerse sentir. El ruido suave y envolvente de las ramas de álamos y ciruelos zarandeaban el aire, por fin, después de tanta quietud.
Abrió los ojos para confirmar que el viento venía del sur. Y se puso de pie. En ese momento, justo antes del vendaval, sentado en la reposera a su derecha, Miguel lo vio.
La cara demacrada, chupada y endurecida, resaltaba sus ojos azulados impenetrables, concentrados y ausentes con su frente angosta y arrugada. El marco lo conformaba su pelo tupido, largo, opaco y enrulado. Era bajo, con piernas cortas y flacas. Podría haber sido amable pero no, más bien del tipo campechano huraño, de los que imponen un estado de alerta.
Cuando Miguel le preguntó, no dijo desde cuándo estaba ahí, ni cómo había llegado.
El viento venía bufando quién sabe desde dónde, arrastrando pedazos de ramas y haciendo volar sin destino papeles, cartones, y ropas arrancadas de algún cordel.
Con la mirada sostenida y midiéndolo, el hombre aclaró con voz cada vez más fuerte para hacerse escuchar, que él había creído que la casa estaba vacía, pero que al notar su presencia ahí afuera, no había querido interrumpir esa calma nocturna de verano de un tipo solo que ha decidido emborracharse.
Miguel entró y prendió una vela. El hombre cerró los ventanales desde afuera y fue hacia la cocina. Los dos, ya resguardados de semejante tormenta se miraron sorprendidos ante esa tácita aceptación de los hechos. Los truenos y el aluvión externo de chispas eléctricas hacían temblar la casa. Sin mirar a Miguel, el hombre dijo que no quería molestar, pero que no iba a poder irse hasta que pasase la tormenta. Le pidió una manta y se tiró en el sofá del living a dormir.
Cuando Miguel se despertó, en la cocina encontró café hecho y frío, pan tostado y migas en la mesada. El hombre no estaba. La botella que le había regalado Clara tampoco. Sí había doscientos pesos a la vista trabados bajo la frutera.
Miguel supo recién el diez de junio que aquel hombre se apellidaba Santillán cuando vio la noticia en el diario con la foto. Supo que la policía le había disparado por resistirse a la autoridad que lo venía persiguiendo desde meses atrás. Supo por la fecha, la hora y el lugar invocado del asesinato que se le imputaba, que Santillán nada tenía que ver con eso. Meditó Miguel mil veces si debía presentarse a declarar aun sabiendo que Santillán estaba muerto.
Recordó la madrugada del 7 de febrero, el calor, el esfuerzo para leer sin luz el diario por ese maldito hábito de estar informado, el whisky, las reposeras, aquella cara endurecida de ojos azulados y su gesto, los destellos, la tormenta y los papeles volando sin destino.
Dieciocho de junio. Miguel ve los titulares en el diario. Siempre palabras y palabras de tinta oscura. Útiles herramientas impresas, comunican, conforman y deforman, significan y siguen, informando.

Fin

OTRAS LUCES


Elena se había levantado al alba. El olor al asfalto mojado, la tibieza de las medialunas del bar de Fichte, el ruido del ascensor que ahora se había detenido en el sexto, la cortina del aguacero incesante, las luces resignadas de la calle todavía soñolienta, despertaban mansa la ciudad como un misterio a develarse cada inicio.

Sería una jornada larga ese martes, que acaso terminaría en lo de los Winterson porque Juana la había invitado a su cumpleaños al que sólo iría Aída. Porqué Aída, no tenía la menor idea. Qué difícil interpretar las decisiones de otros. Quizá tanto,  como aceptar lo definitivo de  las propias.

Mientras el café la despeja, Elena lee los hechos de la demanda del divorcio de Clara, cuánta destrucción y desamor. Por qué fingió ser feliz tantos años con esas extrañas trisociaciones como un pacto de silencio consigo misma y de las que Elena hubiera preferido no saber. Ahora un contencioso y para qué si con un mutuo  se habría resuelto mucho mejor. El tironeo de los hijos y los bienes. La ansiada y peleada declaración de cónyuge culpable, su obsesión, y la única finalidad centrada en la eternidad de la cuota. Para esclavizarlo y esclavizarse y quizá nunca quiso ser libre. Quizá nadie quiere.  Decisiones de otros, uso y abuso de la ley. Ensañada por la infidelidad de Jordi, cosa extraña porque a la de ella con Tony desde siempre, la llama desliz sostenido y justificado, y como nadie sabe, no existe. Ha transferido la culpa con tanta manipulación que Jordi está dispuesto a cederle casi todo. Decisiones libres, o no.
Las nubes se escapan por tanto tumulto y  escalan colinas secretas de sol.  La lluvia ha cesado. Las gotas murieron dejando su marca y  el jilguero del quinto otra vez ensaya su canto. Acaso nostalgia de ramas y hojas. Quizá extrañaría más su vida sin rayas de jaula, quizás.

Es otro el color de ese martes.
El diario le avisa de todos los cortes y la llama a Juana para felicitarla. No será el encuentro en lo de los Winterson, y no le confirma el lugar, sólo que  a las nueve la pasarán a buscar con Aida para luego ir a  cenar a un lugar  que ya ha elegido.   Antes de salir para el trabajo descuelga el vestido amarillo, y saca los aros. Las medias, las botas, y el sacón marrón.
Si no fuera el cumpleaños de Juana, después de semejante día y tanto trabajo, se habría acostado, pero…
Las nueve en punto y llegaron. Dejarían que el camino las lleve y las tres rieron.

Hacía mucho que no se veían y repasaron las historias. Partes de las historias. Porque las historias siempre son partes.
Aída seguía casada con su tercer marido,  y lo decía orgullosa y con tono franco desde hacían ya,  cuatro   años.  Y realmente estaba magnífica.
Juana retenía a su “Winterson”, que también la retenía.  ¿Para qué cambiar?  Si después de un tiempo  todo es lo mismo.
Cuando llegaron, Juana pidió una mesa triangular y Elena le preguntó si estaba loca. Las tres se rieron y el mozo también. Les preparó una mesa redonda con tres bastones de roble sobre el mantel, formando un triángulo equilátero. Y colocó los platos dentro de cada ángulo. Como debía ser, dijo Juana aclarando:
–Porque hoy es tres del mes tres y del grupo de aquellas adolescentes, somos las únicas tres que cumplimos los años un día tres.
–Ah bueh…, ahora falta que pidas tres botellas de vino... y  estamos listas.
–Y por qué no, si el tres es nuestro número, ¿o no? el equilibrio, ¿o no? somos la siembra y la recolección, ¿o no?
–Aída ¿vos sabías de este mambo numérico?
–No, yo sabía sólo la relación del tres con la masonería y lo sé porque cuando Jordi me escribe me envía tres besos y tres abrazos...
–¿Jordi? ¿Quién es Jordi?
–Lo conocí hace dos años.  Pensé que era algo  pasajero, por eso no les dije,  además  porque él estaba casado. Ahora se está divorciando, la mina le hizo un contencioso, una reverenda yegua, porque  él sabe que ella tiene un minuso desde hace un milenio, pero por los pibes se la banca…Son raros los tipos a veces. Bueno, nosotras también somos extrañas…
–¿Pero qué, vos  pensás convivir con ese tal Jordi, viene enserio la mano?

–¡Están locas ustedes! Si yo estoy rebién con Guillermo. Jordi es un complemento,  nada más. Son los sesenta grados que me faltaban…

Juana se puso melancólica a la tercer copa de vino, y con su fina ironía le preguntó a Aída cuántos grados le aportaba entonces Guillermo…
Elena la miró y frunciendo el ceño pero sonriendo, como si no entendiera hacia dónde apuntaba la pregunta, intentando calmar los ánimos le dijo
–Sacá la cuenta che,  han de ser  ciento veinte grados…

Que Aída se hiciera la desentendida pareció no sorprender a nadie.
Juana  apoyó su mano, para quien estuviera mirando la escena, amistosamente sobre el brazo de Aída.
–Sabés, entonces  no me da la cuenta, tesorito…  No vas a decirme, dulzura, que Winterson te aporta  cero grado… ¿o sí me vas a decir eso?

Curiosa noche y la niebla se esfuma. La luna mirando callada las luces de siempre que con el tiempo cambian… La vida, las calles, el río, las casas, la gente. Otro amanecer.

Fin

LA PRUEBA

Jorge Umberto Malpeli


Por causa de mi retraso y tal como lo hacía cada vez que me demoraba, debí bajar al subsuelo de la facultad para comer un pancho y beber una gaseosa.
Antes de venir a estudiar a la universidad de Buenos Aires, mi padre me dio a elegir entre un internado de monjas o la casa de su hermana mayor, mi tía Baudilia. Elegí esta última opción. Y allí no estaba permitido llegar tarde a la mesa, ni a la misa.
Mi tía se sentaba a las doce en punto en una silla vestida a la cabecera de la mesa, en el comedor de su casona del barrio de Palermo, que mantenía tal cual desde la muerte de su esposo, mi tío Cruz.
Durante la comida reinaba el más absoluto silencio. Sólo se escuchaba el tic-tac o las campanadas del enorme reloj de pie que presidía la ceremonia y la voz de la tía, que como todos los días y a la misma hora, después de escuchar un solo gong, repetía: - Son las doce y media- y a veces agregaba: - No se debe preguntar qué hora son, porque hora es singular; pero está bien contestar, por ejemplo, son las doce y media, por la concordancia ¿vieron?.
Recuerdo que una vez, después de su enésima lección, me atreví a repetir en voz alta; - ¿Qué gusto tiene la sal? Y a responder yo misma : - ¡Salado!. Mi prima hermana Matilde, que se sentaba justo enfrente de mí, se levantó de la mesa y pidió perdón por su espontánea y sonora carcajada. Ese día me quedé sin el postre; arroz con leche y cáscaras de naranjas cubierto con chispas de chocolate, que por otra parte, se reiteraba durante meses.
Por varios días la tía Baudilia no me habló, ni siquiera para desearme los Buenos Días.

Semanas después, ella le concedió a un señor mayor que la pretendía una sola oportunidad de almorzar con nosotras.
Matilde y yo estábamos atentas esperando el momento en que se rompería la simpatía o el tenue hechizo de amor. Y sucedió con la sabrosa sopa de verduras y arroz, y el agregado secreto de una chiquizuela sin carne, “sólo para darle gusto”, según contaba Ramona, la señora que ayudaba en la casa.
Estoy segura de que a mi tía le dolió hasta los huesos escuchar cómo su invitado arrastró la silla vestida cuando ocupó el lugar en la otra cabecera de la mesa; en verdad, no le gustó para nada. Después me miró a los ojos con una mueca crítica cuando observó que el señor había cruzado sus piernas mostrando la suela gastada de los zapatos, eliminando de un plumazo todo el protocolo de elegancia.
Yo temblaba de miedo cuando en ocasiones similares, Ramona traía la vieja sopera Limoges con el cucharón del juego y la tía Baudilia me pedía que sirviera a cada convidado. Si por casualidad rompía algo, debía pensar seriamente en el suicidio.
Y justamente en ese momento la señora se acercaba con la porcelana, la sopa humeante y el pesado cucharón.
Comencé con especial cuidado sirviéndole primero al caballero, por educación y cortesía, como corresponde. Sin embargo, aún no había terminado la ronda cuando todas observamos asombradas que él ya se llevaba la primera cucharada a la boca. -¡Está muy caliente! - exclamó luego de probar sólo la mitad de la cuchara y soplar en el resto. Después continuó soplando sobre el plato, mientras nosotras esperábamos pacientemente que la sopa se enfriara. El invitado llenaba tanto la cuchara que debía abrir la boca exageradamente, mostrar la lengua e ingerir el contenido del utensilio en dos veces. Inclinándose sobre el plato tragaba con tanta rapidez, ruidos y resoplidos que para mi espanto lo asocié a una triste escena cinematográfica de niños con necesidades básicas insatisfechas.
Completó el cuadro cuando a la vista del postre de arroz con leche mencionó algo así como; - no, gracias... tengo intolerancia a la lactosa y me produce gases.
Inmediatamente desapareció de la casa como minúsculo “peditum” que se disipa en el aire.
En otra ocasión, recibió a un señor mucho más joven que el de los gases, aunque mayor que ella. Éste pasó con soltura la prueba de la silla, del cruce de piernas y de la sopa de verduras. Para esta ocasión, Ramona había preparado como plato principal Pierna de Cordero al Romero, presentado en una fuente de barro que mi tío Cruz había traído especialmente de Pereruela, acompañada con papitas a la española y varias ensaladas. Como todo ocurría con normalidad, llegué a pensar que el nuevo pretendiente pasaría la prueba del almuerzo. Pero no pudo ser. Lo eliminó de la competencia una sola palabra: “escarbadientes”. - Señora - le pidió a la cocinera - por favor, ¿me trae los escarbadientes?. El silencio se hizo tan denso que se podía cortar con el cuchillo del juego Solingen.
El señor literalmente voló luego de comer el postre.

Después de terminar el doctorado regresé a mi pueblo a ejercer la profesión de pediatra.
Aún no he vuelto a Palermo, a la casona de la tía Baudilia de la calle Charcas.
En sus cartas, Matilde me cuenta que hasta la fecha ningún pretendiente ha superado la prueba de los almuerzos y que ahora es ella la que sirve la humeante sopa de verduras desde la vieja porcelana de Limoges. ¡Ah!, y me dice también, y esto sí que me alegra; la tía Baudilia me perdonó las
demoras.

jueves, 15 de septiembre de 2011

LIBERTAD

¡Hola! Yo soy Mousimino. ¿Sabían? Un mouse que se cansó de la esclavitud, por eso me escapé de la PC que está allí. Ahora que soy libre hago y haré lo que quiera, como por ejemplo ponerme unos lindos guantes blancos y un pantalón anaranjado. Me falta conseguir un par de buenas zapatillas. ¡Sí! hoy sólo soy esclavo de la libertad, y como vi esa palabra en el encabezado de este blog, me metí aquí para ver en qué andan ustedes. No se preocupen por mí, pues no pienso traerles ningún inconveniente, al menos eso espero, sólo husmearé un poco “CONTAR” con Amigos, disfrutando de mi libertad recién estrenada. ¡Ja!... Antes estaba condenado a dar vueltas incómodo frente a la computadora, ahora gracias a mi libertad puedo ir de un lado a otro, cómodamente...
¡Bueno!... en realidad no tan cómodamente, ¡mi cola es un poquitito largaaaaaaaaaaaa!

FRASE



"La verdadera sabiduría está en reconocer la propia ignorancia."
                                Sócrates

                                      

martes, 13 de septiembre de 2011

TREZIDAVOMARTIOFOBIA

Era martes por la nochecita; don Sentencioso no aparecía por el bufé del club General Lama, como era su costumbre; y la barra veinteañera empezaba a preocuparse.
-Qué raro que don Sentencioso no haya llegado -decía Chelo- ¿Le habrá pasado algo? ¡Hoy es martes trece!
-No creo -exclamó Cholo.
-¿Por? -preguntó el dicente, diría un abogado.
-Porque cuando venía para acá pasé por la puerta de la casa, y lo vi sentado en el jardín. Le pregunté si se iba a dar una vueltita por el club, y me contestó: “martes, ni te cases ni te embarques, ni de tu familia te apartes”.
Y aquel comentario hizo que Beto, Cacho, Tito, Chelo, Cholo, y Pela, comenzaran a hablar sobre la siniestra jornada…
-Es un día que tiene fama mundial de ser yeta -decía Beto-. Tengo un tío que compró una ambulancia un día trece, un mes después la puso a trabajar para una empresa un martes trece, allí le tocó como número de móvil el trece, y a la semana… se la volcaron. ¡La hicieron de goma! Tuvo que venderla como chatarra. El trece trae mala suerte. ¡Creer o reventar!
-¿Le tenés fobia al martes trece? -preguntó Chelo, el más leído del grupo.
-¡Claro!
-Entonces sos trezidavomartiofóbico.
-¿Trezi qué? -exclamó Beto, y no fue el único que puso cara de espanto.
-Tre-zi-da-vo-mar-tio-fó-bi-co -puntualizó el estudiante universitario de la barra-. Sufrís de Trezidavomartiofobia, o sea, fobia al martes trece.
            Las comisuras de todas la bocas del grupo -salvo las de Chelo, obviamente-, apuntaron por unanimidad al piso, mientras las cabezas hacían cierta reverencia de aprobación, dando una señal que igual que el aperitivo que tomaban mezclaba el vermú con la soda, combinaba en este caso la admiración con la burla.
-¿Treceavomartesdafobia? -quiso asegurarse Tito, la contracara de Chelo.
-¡No animal!... Tre-zi-dav…
            Y la risotada general tapó la voz del estudiante de filosofía, que volvía a pronunciar el término sílaba por sílaba.
-Tenerle miedo al martes trece es una verdadera pelotudez -dijo Cacho cuando se apagaron las risas- Es de ignorantes.
-Será de ignorantes, pero desde la antigüedad el número trece fue considerado como de mal augurio, ya que en la Última Cena, eran 13 los comensales; y la Cábala enumera a 13 espíritus malignos; y en el Apocalipsis, su capítulo 13 corresponde al anticristo y a la bestia -detallaba Chelo-. Además, la palabra martes viene del nombre del planeta Marte, al que en la edad media lo llamaban "el pequeño maléfico" y que significa voluntad, energía, tensión y agresividad.
            Y al terminar Chelo de decir esto, otra vez fueron las comisuras hacia el piso, y las cabezas aprobaron.
-Si viene don Sentencioso le vamos a preguntar qué opina del martes trece-dijo Pela.
-¿Nunca pensé que don Sentencioso fuera supersticioso? -acotó Tito- ¡Es raro siendo él un hombre tan inteligente!-Tenerle miedo al martes trece es una verdadera pelotudez. Es de ignorantes -repitió Cacho, y al intentar tomar su vaso, torpemente lo tiró al piso, desparramando vermú y vidrios a veinte metros a su alrededor… ¡Bueno!... exageré un poco… digamos, tres metros.
-¡Ja! Martes trece -exclamó Beto.
-¡Terminala con eso, loco! -se quejó molesto el accidentado, diría un periodista- ¿Qué tiene que ver el martes trece?
            En ese momento, sonó el celular de Pela, que atendió distraído y aún sonriente por el percance de Cacho.
-¡Hola!
-msmsmsmsmsms.
-¿Qué?
-msmsmsmsmsms… msms.
-¡Uh! ¡Qué cagada!
            Después de cortar, Pela les decía a sus amigos…
-Le siento muchachos, me tengo que ir, mi viejo se acaba de quebrar una gamba. Tengo que llevarlo a la Clínica.
            Cuando Pela se fue maldiciendo al martes 13 y preocupado por su padre, los amigos que quedaron a la mesa se miraron en silencio, y con el seño fruncido…
-Tenerle miedo al martes trece es una verdadera pelotudez. Es de ignorantes -dijo Cacho, por tercera vez.
-¡Puede ser!... Antes le pregunté a don Sentencioso -acotó Cholo.
-¿Y qué te dijo el viejo? -preguntó Beto, y lo de viejo fue cariñosamente.
-"Martes buenos martes malos, los hay siempre en todos lados"... Me dijo.
-¡Sí, claro! -rezongó Chelo- Pero él se queda en su casa.
-Cacho tiene razón -apuntaló Tito- A estas alturas de la civilización, no se puede seguir siendo supersticioso. ¡Estamos en el tercer milenio, viejo!
            La puja por el dichoso y supuestamente maléfico día, siguió cada vez más apasionada. “Que yo conozco a uno que un martes trece se le incendió un no sé qué”… “Que sin embargo yo conozco a otro que se ganó no sé qué cosa”… “Que no me jodas porque yo me acuerdo de una que tuvo un ataque de algo”… y así estuvieron hasta que a Tito se le hizo la hora de irse…
-¡Chau, muchachos! Mañana tengo que madrugar para ir al laburo -aclaró y luego llamó al mozo- ¡Gallego! ¿Cuánto es lo mío?
-Trece pesos -contestó el preguntado, diría un fiscal- mientras se acercaba a la mesa.
-¡Uh! -se asombró Beto- ¡Justo trece!
            Tito metió la mano en el bolsillo de su pantalón, y…
-¡Ohia!
-¿Qué? -preguntó Cacho sospechando.
-¡Uy! -decía ahora Tito sin responderle a su amigo, mientras con las manos escarbaba sus sus bolsillos como perro que rasca la tierra para desenterrar un hueso.
-¿Qué te pasa, loco? -Cacho se puso nervioso.
-Que perdí la billetera, ¡la pu(piiip)a que lo parió!
-¡No me jodas! -Cacho estaba pasmado.
-¡Te digo que sí! Tenía un billete de cincuenta y dos de diez. ¡Qué mala leche!... ¡Con lo que cuesta ganarse el mango!... Van a tener que bancarme hasta mañana, muchachos.
-¡Bueno, bueno! No importa -tranquilizó Pedro el mozo, para todos cariñosamente, El Gallego, o El Gaita, aunque hubiera nacido en Valverde de la Vera, un pueblo de Cáceres, Extremadura- ¡Me lo pagas mañana, hombre!
-¡Gracias, Gaita! ¡Sos un fenómeno!... ¡Qué mala leche!
            Tito se fue despotricando contra el martes trece, y Beto miró a Cholo y le dijo…
-¿Cómo?... ¿No era que éste no creía en la yeta del martes trece?
-Tenerle miedo al martes trece es una verdadera pelotudez. Es de ignorantes -apuntó de nuevo Cacho y era la cuarta vez que lo hacía.
            Un rato más tarde, la hermanita de Chelo vino a buscarlo porque lo había llamado a su casa un compañero de la facultad, para avisarle que al examen que tenía el día 19, lo habían adelantado para el 14.
-¡Hasta mañana, muchachos! Tenía que ser martes trece -bramaba Chelo echando chispas contra el titular de la cátedra.
            No había pasado media hora, cuando cayó la policía buscando a un ladrón que se escondía por el barrio…
-¡Documentos! -exigían los uniformados de malas maneras.
            Cholo se pudo pálido...
            Un rato más tarde, Cacho le decía a Beto…
-¡Eso no es por el martes trece, loco! ¿A quién se le ocurre salir sin documentos? ¿Cómo no se lo iban a llevar?... ¿Le avisas vos a la madre de Cholo?
-¡Es por el martes trece, Cacho! Don Sentencioso tenía razón… Mirá, mejor me voy antes de que me pase algo.
-¡Dejate de hinchar, Beto! No pasa nada. Es la fama que le hicieron al día… Fama… Pura fama.
            Un instante después, Beto, parado junto a la caja del bufé, pagaba un par de balones, siete platitos de los ingredientes, y dos cervezas, es decir, las cosas que se rompieron cuando él -mientras caminaba mirando para atrás, hablándole a Cacho- atropelló a Pedro, y le voló la bandeja donde llevaba el pedido para la mesa 13.
-¿Te das cuenta, boludo? -le gritó Beto a Cacho mientras se iba, un minuto más tarde- ¡Qué fama ni fama! Es este maldito martes trece.
Cacho quedó solo, se comió el último maní, el último palito salado, la última aceituna, y la última rodaja de cantimpalo que había en su mesa, se bebió el vermú que quedaba en su baso, y lentamente sin hacer ruido, se fue de bufé.
-¡Chau, Gallego!
-¡Adiós, Cacho! Ten cuidado que todavía no ha terminado el bendito martes. ¡Válgame Dios! -bromeó el mozo.
            Cacho se subió a su auto y marchó para su departamento. En el camino pasó frente a la casa de don Sentencioso; vio al viejo -dicho esto cariñosamente- aún tomando fresco en el jardín, y se detuvo a saludarlo.
-¿Cómo anda, don Sentencioso? ¿Guardado en su casa por el martes trece?
-¡Hombre prevenido vale por dos!
-¿Así que este día tiene fama de traer mala suerte? ¿Será verdad?
            Don Sentencioso se encogió de hombros y dijo…
-Hazte fama y échate a dormir.
-¡Tenerle miedo al martes trece! -esta vez Cacho no fue tan cortante, por respeto al anciano- ¡Fama, don Sentencioso!... ¡Pura fama!
-Si Dios no te ha dado Gloria, confórmate con la fama -dijo aquel hombre y sorpresivamente señaló el auto de Cacho.
            El muchacho miró entonces hacia su coche, y vio que en el lateral derecho, le habían pintado un graffiti que en letras negras y escritas con apuro, decía: ¡AGUANTE KISS!
            Cuando el auto de Cacho se perdía doblando la esquina, don Sentencioso todavía escuchaba las maldiciones del defensor del martes trece, que gritaba…
-Terzivomarti… Trezidamarti… Tedazivofobia… ¡Chelo!... ¡La con(piiip)a de tu hermanaaaaaa!… -dicho esto, cariñosamente.

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¡Hasta el próximo cuento!